La Iglesia celebra el mes de mayo dedicándoselo por entero a la Virgen María; a su veneración y a la profundización en su misterio. María, la muchacha de Galilea, es la única criatura humana a la que Dios permitió nacer sin pecado original. Con su “sí” y su abandono a la voluntad de Dios, abrió la puerta de la salvación a todos los hombres. El mes que hoy empieza ha de ser tiempo propicio para renovar el amor que todos los bautizados debemos profesar a la mujer que Dios eligió, desde la eternidad, para ser madre de su Hijo, Jesucristo, el Verbo hecho carne para redención del género humano. ¡Cómo no volver la mirada hacia Ella, que nos mira primero con dulzura y compasión! No es casualidad que Dios haya querido crecer al calor de una madre como María y recibir sus amorosos cuidados.
¿Qué se acostumbra hacer en este mes?
1. Recordar las apariciones de la Virgen. En Fátima, Portugal; en Lourdes, Francia y en el Tepeyac, México. La Virgen entrega diversos mensajes, todos relacionados con el amor que Ella nos tiene a nosotros, sus hijos.
2. Meditar en los cuatro dogmas acerca de la Virgen María que son: ➢ Su inmaculada concepción: A la única mujer que Dios le permitió ser concebida y nacer sin pecado original fue a la Virgen María porque iba a ser madre de Cristo. ➢ Su maternidad divina: La Virgen María es verdadera madre humana de Jesucristo, el hijo de Dios. ➢ Su perpetua virginidad: María concibió por obra del Espíritu Santo, por lo que siempre permaneció virgen. ➢ Su asunción a los cielos: La Virgen María, al final de su vida, fue subida en cuerpo y alma al Cielo.
ORACIÓN
¡Oh María!, durante el bello mes a Ti consagrado, todo resuena con tu nombre y alabanza. Tu santuario resplandece con nuevo brillo, y nuestras manos te han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presides nuestras fiestas y escuchas nuestras oraciones y votos. Para honrarte, hemos esparcido frescas flores a tus pies, y adornado tu frente con guirnaldas y coronas. Sí los lirios que Tú nos pides son la inocencia de nuestros corazones.
Nos esforzaremos, pues, durante el curso de este mes, consagrado a Tu gloria, ¡Oh Virgen Santa!, en conservar nuestras almas puras y sin manchas, y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas aun la sombra misma del mal. La rosa, cuyo brillo agrada a Tus ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos, pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia, cuya Madre eres, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que te es tan querida, y con tu auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María!, haz producir en el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día dignos hijos de la más Santa y la mejor de las Madres. Amén.